Hace mucho tiempo ya, algo más de medio siglo, nació en mí un sentimiento que aún hoy conservo, ese irresistible deseo de darle a la pelota, pisarla, dominarla, adivinar el pique, en aquel potrero del barrio, donde junto a mis hermanos Raúl y Tatín, en el “Ciclón de Jonte”, comenzamos nuestro idilio con la de “cuero”, y que mucho antes había sido de “trapo”, y luego la “Pulpo” de “veinte” y la de “cuarenta”…siempre soñando con la de “tiento”.
Y cómo olvidar aquellas alpargatas desflecadas… Que a veces no soportaban ni una batalla. ¿Qué otra cosa eran, aquellos enfrentamientos con nuestros vecinos de barrio? Batallas que se dirimían con las únicas armas de que disponíamos en cantidad…la picardía de Raúl, la habilidad de Tatín…y mis ánsias de ganar.
Y así fruto de tantos entreveros, con triunfos gloriosos y derrotas con disculpa, fui acumulando recuerdos y anécdotas de aquel difícil tiempo, y que forman hoy gran parte de mi capital de trabajo. De aquel tiempo de tabaco prematuro y pantalones largos tardíos, de potreros con pedregullo y añoranza de césped, de pelotas con tiento que en el barro parecían de plomo, de botines como zuecos y medias con agujeros, de meniscos incurables y de escasos consejos oportunos.
Porque lamentablemente todo lo indebido, fue lo que privó a mis hermanos y a mí, y a tantos otros talentos del potrero, llegar a triunfar en el césped de un estadio.
Y entonces comenzó otra etapa, esta vez desde el “tablón”, con la pelota picando lejos, pero desde donde comenzamos a reconocer y admirar un estilo de juego al que nosotros adheríamos…El buen trato a la pelota.
Hasta que un día… ¡Un milagro!… ¡Lo máximo!, aquel purrete de apenas 15 años, con el que nos sentíamos identificados porque hasta se nos parecía físicamente, y a quien vimos crecer de la mano de Francisco Cornejo, debutaba en la Primera de Argentinos Juniors, nuestro club del barrio, el de los bichos colorados de La Paternal.
Y allí estuvimos nosotros… ¿Cómo no estar?…Si era uno de los nuestros, que nos representaba con aquellos argumentos en los que nos reconocíamos.
Y el milagro se hizo realidad, allí estaba él, con la casaca que Tatín pudo haber usado, o Raúl, o yo, o tantos otros.
En poco tiempo, demostró lo que todos intuíamos y esperábamos. Y su éxito sería el nuestro, y su gloria nos llenaría de honor. Si hasta cuando tomaba la pelota en el campo de juego, parecía hacer lo esperado, como obedeciendo a nuestras indicaciones, y de pronto… Lo inesperado coronado en gol… ¿Cuándo el gol adquirió la dimensión que él le dió?… Si hasta nos hizo llorar de emoción, de alegría, dar gracias a Dios por regalarnos su existencia.
Todavía recuerdo la desazón que nos embargó a todos cuando supimos que en aquel Mundial del 78, no sería de la partida. Tal vez alguien pensó que su juventud no le reconocía experiencia.
Por fortuna igual resultamos campeones del mundo. Pero él fue por la revancha, y años más tarde, hasta los ingleses, inventores del fútbol, se rindieron ante el genio.
Aquel gol memorable, antológico, obra de arte incomparable, donde confluyeron la música y el ballet, la fuerza y la elegancia, el desparpajo del potrero… ¿Y por qué no?... ¡Malvinas!, donde él pudo haber estado y de donde no regresaron tantos de su misma edad.
Su revancha fue la nuestra, la de todos, y con aquel gol nos dejó su obra cumbre, su mejor legado.
Pero el mundo quiso conocerlo, y él fue a su conquista, y con él fue nuestro arte, nuestra ciencia, nuestro orgullo. Y el mundo supo de Argentinos por él, por su magia.
El ya no juega, nos quedan los testimonios fílmicos y los recuerdos, algunos amargos y tristes que tiñeron su vida, de los que públicamente se arrepintió y que también nos dejó como testimonio de lo indebido.
Pero su arte seguirá vigente, porque mientras conservemos el fuego sagrado encendido, mientras una pelota rodando despierte el interés de un niño, el fútbol será siempre parte de nuestra vida.
Sí, mi vida es el fútbol, y Dios generoso me premió sobradamente. Porque ¿Qué mejor recompensa pude haber tenido?, que ver cristalizadas mis expectativas, y disfrutar viendo hoy en actividad profesional y dispersos por el mundo, a aquellos chiquilines que me fueron confiados para iniciarlos y formarlos en el molde de la fina técnica y los secretos del buen trato a la pelota.
Sí, cada niño representa una semilla especial de características distintas, y lograr con ellos formar un equipo homogéneo y solidario, es mi aspiración máxima. Y en pos de ese objetivo trabajamos hoy, los que aprenden y los que orientamos. Porque no hay una semilla que no dé frutos si germina en el ámbito propicio y en el momento oportuno.
El fútbol reinventa su magia día a día en los sueños que cada niño fabrica cuando inicia su idilio con una pelota.
Sé que mi trabajo es un sueño interminable, que comienza con aquel purrete que llega solito o de la mano de sus padres, con la esperanza de convertirse en estrella. Esperanza a la que me sumo en cuanto percibo en él esos rasgos distintivos que alguna vez caracterizaron a Raúl, Tatín y Diego, y que luego reconocí en Fernando Redondo, Silvio Rudman, Christian Trapazo, Diego Cagna, Leonel Gancedo, Juan Pablo Sorín, Nicolás Diez, Diego Placente, Pablo Rodríguez, Román Riquelme, Mariano Herrón, César La Paglia, Pablo Islas, Federico Insúa, Esteban Cambiasso, Fabricio Coloccini, Nicolás Medina, Julio Arca, Carlos Marinelli, Walter García, Carlos Tévez, Gabriel Peñalba, Hugo Colace, Fernando Gago …Y tantos otros que brillan hoy en el firmamento del fútbol.
Pero que nadie crea que todo fue fácil. No hay logros sin esfuerzos, sin sacrificios, sin compromisos.
Parte del secreto de obtener buenos resultados, consiste en lograr que el esfuerzo resulte lo más placentero posible, y conseguir motivar sin frustrar. Porque esa materia prima inagotable y tan delicada que son los niños, desarrollarán sus virtudes en mejores condiciones, si los conducimos en principio… Despaciosamente... Suavemente… Dulcemente, sin dejar de lado la disciplina y el respeto debido.
Nuestro premio es el privilegio enorme de llegar a disfrutar el placer de ver que la semilla sembrada ha dado su fruto.-
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